lunes, 25 de junio de 2012

En el metro de Valencia

Nunca utilizo el transporte público en mi ciudad, pero suelo utilizarlo bastante cuando voy fuera. Por ejemplo a Valencia, donde ocurrió lo que voy a contar. Allí utilizo mucho el metro, en la ida del sitio a donde voy, y en la vuelta. Esto ocurrió en la vuelta, yendo hacia el aeropuerto.

Suelo ir siempre con bastante tiempo de sobra, ya que cojo los últimos vuelos del día. Ese día iba tan sobrado como de costumbre. El metro no suele ir demasiado lleno, pero eran como las siete de la tarde. Supongo que el hecho de que fuera lunes, y hora de salir de trabajar, contribuyó a que fuera especialmente lleno. No había donde sentarse, y los que íbamos de pie íbamos especialmente apretados.


Yo procuraba mantener algo de espacio entre las otras personas y yo, aunque era de verdad complicado. Al llegar a una de las estaciones, ya cerca de Manises, tras cerrarse las puertas, noté que alguien se pegaba a mi. Noté unos pechos aplastarse contra mi espalda. No le di mayor importancia, pero tampoco podía echarme hacia delante, porque había una señora que podría haber malinterpretado mi intención, así que me quedé quieto, y por qué no decirlo, disfrutando de la situación.

En el cristal de las ventanas pude ver reflejado parte del rostro de la chica: unos treinta, más o menos, pelo largo y liso, y una sonrisa que me pareció pícara cuando se dio cuenta de que la miraba. Yo también me sonreí, y la cosa continuó así durante unos minutos.

Llegamos a otra estación y la chica se despegó un poco de mi, pero cuando empezó a llenarse el vagón de nuevo, volvió a pegarse. Esta vez noté que su mano se ponía en mi cintura. Pensé que intentaba sujetarse para no caer, y la cogí de la muñeca, pero sin despegarla del cuerpo. Cuando el vagón se puso en marcha, noté que su mano descendía, hasta que agarró mi paquete. Me quedé sorprendido, y la miré otra vez en el cristal. Me guiñó un ojo. Yo pensé que estaba soñando, nunca me había pasado algo así.

Ella empezó a acariciarme por encima del pantalón sin que nadie se percatara. Yo me puse duro como una piedra, claro. Yo pasé mi mano por detrás, y cuando la toqué, me di cuenta de que llevaba falda. Ella me cogió la mano y la metió por dentro de la falda, por encima. Retiré como pude sus bragas y noté cómo chorreaba. Me llené los dedos con su flujo.

Llegamos a la siguiente estación y ella me cogió de la mano. No era mi parada, pero tenía tiempo de sobra. Y si tenía que perder el avión, desde luego merecía la pena.

-Hola... -empecé a saludar ya fuera del vagón.
-No digas nada porfavor -me dijo de golpe. Me plantó un beso en los labios, muy dulce, e hizo que la acompañara fuera.

La seguí por un par de calles que no conocía, creo que es la zona de Rosas, hasta que nos metimos en un bar. Ella se pidió una coca-cola, y yo una cerveza. Mientras nos la servían me cogió otra vez de la mano y me hizo acompañarla al baño. Nos metimos en el de hombre, pasó el cerrojo y se lanzó a por mi bragueta.

Yo estaba durísimo y me dejé hacer. Me desabrochó el pantalón y me lo hizo fabuloso. Yo ya no podía más, así que la hice levantarse y la puse de espaldas a mi, apoyada contra el lavabo. Subí su falda y prácticamente le arranqué las bragas. Hundí mi lengua en aquel coño que me pareció infinitamente jugoso. Le resbalaba líquido por los muslos y me alcé. Apoyé mi verga en su coño y empujé con fuerza.

Mis manos acariciaban sus nalgas con cada embestida. Las metí por debajo de su camiseta mientras la follaba y cada vez que pellizcaba su pezones ella daba un respingo y se apretaba más contra mi.

-Voy a correrme -le dije.

Ella me cogió la polla entonces y la puso apuntando contra su culo.

-Empuja, cabrón -me dijo.

Le hice caso. Me sorprendió la suavidad con la que entró. Mientras le follaba el culo así, mis dedos seguían empapándose con su coño. Se los metía le frotaba el clítoris, hasta que ella misma se tapó la boca y sentí cómo llegaba su orgasmo. En ese mismo instante no pude más, y vacié toda mi leche en aquel culo que me estaba dando tanto gusto.

Cuando se la saqué, empezó a caerle todo por los muslos, así que cogí papel y empecé a limpiarle con todo el mimo que supe. Cuando acabé y nos vestimos, antes de salir del baño, me dio un beso en el que nuestras lenguas se hicieron un lío. Y entonces saboreé esos labios que me parecen tan dulces.

Ella se tomó su coca-cola, yo mi cerveza.

-¿Volveré a verte? -le pregunté.
-Quizás -me dijo.

En el aeropuerto, cuando llegué, me di cuenta de que tenía un papel en el bolsillo. Había un número de teléfono. Creo que la llamaré la próxima vez que vaya a Valencia. Tal vez quiera decirme su nombre.

6 comentarios:

  1. He venido a quererte, a que me digas tus palabras de mar y de palmeras. (Carmen Conde)
    ¡FELIZ VERANO!
    Un beso desde mis Amanteceres.

    ResponderEliminar
  2. El deseo y la pasion son dos buenos aliados de tus relatos.

    Siempre es un placer disfrutar con su lectura.

    Que pases una estupenda semana.

    Besos.

    Lunna.

    ResponderEliminar
  3. Una vez un amigo me conto una historia similar. Él, también metió la mano debajo de la falda. Pero se encontró un tropezón. jajaja me has hecho recordar esa anecdota. La tuya tiene un final feliz, claro. la de mi amigo: traumatico, dice.

    Un abrazo, volvere por aqui :)

    ResponderEliminar
  4. Amanteceres: Qué gusto tenerte por aquí.
    Lunna: Gracias, y lo mismo para ti.
    Como te lo digo: Jajaja, vaya tela.

    ResponderEliminar
  5. Si es que me pierdo las mejores: yo no viajo en metro! jajaja.
    ¿No será que eres realmente irresistible?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No creo, es sólo tener un poco de suerte y sabela aprovechar.

      Eliminar