lunes, 25 de junio de 2012

Beatriz

Llegar por las mañanas al bar, justo antes de empezar la jornada laboral, a tomarse un buen café que te haga empezar más o menos bien el día, y cada mañana, sin falta, ver a la misma mujer, que te atrae de forma irremediable, sentada en la misma mesa, no puede ser bueno. Antes de conocerla, si cerraba los ojos a lo largo del día, habría podido describirla sin apenas omitir detalle. Me tenía enganchado, lo reconozco.

Aquel día era como cualquier otro. Yo me senté en la mesa de siempre, en la terraza del bar, y al poco, mientras removía el azúcar en mi café, llegaba ella. Recuerdo que llevaba el pelo castaño recogido en una coleta. Apenas llevaba maquillaje, y unos ojos enormes eran protagonistas de su cara. La nariz chata y unos labios sugerentes parecían suplicar que los mordiera.


Una blusa de color claro, creo que verde, y una falda a juego, apenas unos centímetros por encima de las rodillas, dejaban ver unas piernas suaves y perfectas. Los tacones les daban esa forma tan sensual. Un bolso grande adornaba su hombro y su cintura.

Normalmente pensaba siempre que tenía una mirada dormida, pero preciosa. La había visto sonreír un par de veces al del bar, y se iluminaba la sala de repente.

Las blusas que solía llevar, dejaban adivinar unos pechos generosos, y sus nalgas, grandes, le daban a su talle ese grado de imaginación y fantasía que nos vuelve locos a los hombres. Aunque reconozco que a mi, los traseros, por general, suelen gustarme un poco más grandes de lo normal.

Hay veces que las cosas las haces o no las haces. Aquel día era cuestión de hacerlas. Así que me levanté, me dirigí a su mesa, y la hablé.

-Hola.
-Hola.
-¿Puedo sentarme? -le pregunté.
-¿Por qué? -sus ojos, mirándome directamente a mi, estaban empezando a desmontarme.
-Verás. Hace meses que los dos venimos a tomarnos el café al mismo bar, a la misma hora, trabajamos en la misma empresa, y nos fumamos un cigarrillo a la vez. He visto que no llevas anillo, con lo cual deduzco que no estás casada, aunque eso tampoco significa nada, y había pensado que quizás no te importaría cambiar de rutina algún que otro día -le dije en una retahíla-. Pensé que podía ser hoy. Me llamo David.

No dijo nada. Sacó un Marlboro Light del bolso y se lo encendió. Volvió a mirarme.

-Vale, siéntate. Yo soy Beatriz, Bea.

Sonreí y me senté. Vi al del bar un poco despistado, trayéndome el café, buscándome en mi mesa de siempre, y mirándome extrañado cuando me vio sentado con ella. ¿Qué cosas deben pensar los camareros de sus clientes a veces?

-¿Eres de aquí? -le pregunté, más por romper el hielo que otra cosa.

-En realidad no -me dijo-, soy de Madrid.
-¡No! -le dije asombrado-. Yo también.

A partir de ahí empezamos a hablar sobre nuestro lugar de nacimiento. No fue mala manera. Pero el tiempo pasa muy rápido, y más cuando hay poco, así que nos dirigimos hacia el trabajo. Allí nos cruzamos una vez, y sin dirigirnos la palabra simplemente cruzamos mirada y ya está.

Al día siguiente vuelta con la rutina. Cuando ella llegó, pasando por mi lado, le di un "Buenos días" y ella respondió igual. Estaba a mi espalda, y no la veía. Pero al momento vino con su café y directamente se sentó en la mesa, frente a mi.

-Ayer dejamos nuestra charla a media, y me estaba gustando.

No sé cuántas veces se puede sonreír de esa manera, pero no debo haberlo hecho muchas veces en mi vida. Desde luego esta fue una.

Era un miércoles, y esa misma tarde quedamos para una cerveza después del trabajo. El jueves volvimos a vernos, y el viernes quedamos para cenar. Pasé yo a buscarla, en la puerta de su casa, un piso en el Molinar. Ella bajó radiante. Si normalmente al trabajo iba arreglada con un vestido, esta vez bajó con una camiseta y unos vaqueros ajustados que realzaban sus formas. Me dejó impresionado, la verdad.

Cenamos, nos fuimos a tomar unas copas, reímos, nos contamos un montón de cosas. Hablamos de viejos novios y novias, de deporte, de música... Supongo que lo normal. Y la noche se fue acabando de esa forma. Al final decidimos que era hora de irse, así que la acerqué de nuevo a casa.

No negaré que en silencio rezaba porque me invitara a subir a su casa. No negaré tampoco que durante todo el tiempo que duró la velada hubiera dado el mundo por follármela. Y no negaré tampoco, que me estaba volviendo loco. Pero al llegar a su portal, ella me dio un beso en los labios, sólo un pico, y tras un "Buenas noches, ha sido genial, y si quieres repetimos otro día", la vi desaparecer en su portal.

No suele ser así, no suele pasarme eso, así que estaba un poco desconcertado. Éramos personas adultas que estaba más que claro que se atraían entre sí. Libres, sin compromiso con nadie. Decidí que no valía la pena comerse la cabeza, y me alegré de haber pasado esa noche con una persona de belleza tanto exterior como interior. Me fui a mi casa sabiendo que como mínimo había ganado una amiga.

Al día siguiente, sábado, no tuve mucho tiempo para pensar. Yo aprovecho los sábados para limpiar en casa, así que hice lo que hago siempre. Luego preparé la comida, comí, y me senté en el sofá a ver la tele, mientras pensaba qué haría por la tarde, y en qué gastaría mi domingo. Desde luego, ni siquiera pensé en ella.

Y justo cuando empezaba a entrarme ese sopor de después de comer, sonó el teléfono.

-¿Te vienes a ver una peli a casa? -me preguntó, a bocajarro.
-Emm..., claro. En una hora estoy allí.
-Vale.

Lo que siguió después pasó como a cámara rápida, no sé cómo explicarlo. Me duché, me acicalé, me puse mi mejor colonia, etc, y salí hacia su casa sin más. Durante el camino pensé que qué se había apoderado de mi para reaccionar así. "¿No me estaré enamorando? Naaaa.", pensé.

Lo que vi cuando me abrió la puerta me dejó con la boca abierta. Ella con una camiseta blanca donde sus pechos parecían querrer arrancarla, unos pantalones vaqueros mini, que dejaban ver su piernas en toda su plenitud, y una sonrisa que me hizo pensar que tenía cara de bobo. Un beso en los labios y un "pasa, siéntate y dame un minuto".

Ella se metió en la cocina. No era muy grande, y me señaló el comedor con la cabeza mientras sacaba unas palomitas del microondas. Me senté en el sofá, delante de la tele, y ella apareció con las palomitas recién hechas y dos cervezas. Se sentó en el sofá pegada a mi.

Puso una película, la cual reconozco que ni me acuerdo. Nos comimos las palomitas, y ella se acomodó, cogiendo mi mano y pasándola por detrás de su cabeza. Así estuvimos un rato. Yo tenía una visión de su escote que me estaba poniendo cardíaco, y creo que me pilló en una de esas. En seguida cogió mi mano y la puso directamente en una de sus tetas.

Ahí no pude más, y tuve una erección tremenda. Ya no quise demorarlo más, así que me lancé a su labios. Ella me recibió sin resistencia ninguna, y mis manos empezaron a desnudarla. Le quité la camiseta, mientras ella tocaba mi entrepierna con las dos manos. Entonces se transformó.

-Quiero esa polla dura para mi esta tarde -me susurró al oído, lo cual hizo que mi dureza se incrementara de repente, si es que eso era posible.

El sostén no recuerdo ni cómo se lo quité, pero sí recuerdo sus pezones enormes, rosados, y haberme lanzado a lamerlos y morderlos sin piedad, arrancándole un gemido, y viendo cómo echaba hacia atrás su cabeza. Entonces me empujó, y sus manos se lanzaron hacia mi pantalón. Lo desabrochó y lo bajó. Me mordió la polla por encima del boxer, y luego me bajó el bóxer sin más, haciendo que mi verga saltara ya apuntando hacia el cielo. Se la metió en la boca y empezó a mamarla como si fuera lo último que hacía en la vida.

Yo aproveché para quitarme la camiseta, y ella se lanzó a por mis pezones mientras sus manos me pajeaban. La acerqué hacia mi y volví a besarla. Mis manos ya le quitaban el minipantalón que llevaba puesto. Un tanga rosa minúsculo le cubría un coño depilado, que al apenas rozarlo con los dedos me los empapó, y no pude resistir la tentación de lanzarme a comérselo. Le aparté el tanga con los dedos y empecé a chupar uno de los coños más dulces de mi vida. Mi lengua iba del culo al clítoris, arrancándole gemidos de placer con cada lametón. Lo atrapé entre mis labios y lo rozaba con la lengua.

-Méteme la polla.
-Luego -le dije.

No paré de comérselo, de meterle los dedos mientras, hasta que sentí que su respiración se agitaba aún más. Aproveché en ese momento para meterle un dedo en el culo, sólo la punta, pero bastó. Gritó, jadeó, se arqueó, y tembló con un orgasmo que sé cierto le taladró el cuerpo dejándola exausta.

Le besé con suavidad el clítoris, los labios, los muslos, y subí para besarla en la boca de forma dulce. Mi polla rozaba entonces su coño, pero no me atreví a quitarle aquel momento de placer, y me senté a su lado.

Ella puso su mano en mi polla y empezó a pajearme. Cuando volvía a estar de nuevo durísima, se colocó encima de mi y se sentó sobre mi verga de golpe. Vi el cielo en ese momento, se quedó quieta hasta que me vio abrir los ojos, y empezó a cabalgarme. Acercó sus tetas para que las lamiera, y jugué todo lo que pude con ellas, sus pezones, mis manos la agarraban las nalgas y las abrían para llegar aún más adentro.

No tardé mucho en sentir que me corría y se lo dije. Ella, inmediatamente, sorprendiéndome como nunca nadie lo ha hecho, se agachó entre mis piernas y mientras su mano izquierda acariaba mis huevos, su derecha me pajeaba, y su boca me hacía una mamada increíble. Volví a avisarla de que ya llegaba, y ella no quiso quitarse. No vi nada, pero supe que había llenado su boca de leche, y ella con la lengua no dejaba de lamerme la polla sin abrir la boca. Podía sentir cada uno de sus lametazos, y cómo buscaba aún más cada gota de leche que salía de mi.

Cuando acabé del todo se fue al baño, y cuando volvió me besó mientras se colocaba de nuevo encima de mi. Fue dulce, muy dulce. Ese fin de semana no salí de su casa.

Por desgracia la historia no duró más que otro fin de semana más. Ella se volvía a Madrid. Esto sucedió hace apenas un mes, y esta mañana aún la echaba de menos en el bar. No creo que la olvide nunca.

9 comentarios:

  1. ¿Quién dice que tú no puedes volver a casa un finde o ella ir a "tu" playa?

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  2. Cuántas veces no habré estando yo sentada sola en un bar, en una terraza, a veces frente a un café, otras frente una copa,.... y nunca, nunca nadie me pidió permiso para sentarse en mi mesa.
    ¿De verdad esas cosas suceden o es que les suceden sólo a otras personas?
    Nunca me deja indiferente leerte.

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