lunes, 25 de junio de 2012

En el metro de Valencia

Nunca utilizo el transporte público en mi ciudad, pero suelo utilizarlo bastante cuando voy fuera. Por ejemplo a Valencia, donde ocurrió lo que voy a contar. Allí utilizo mucho el metro, en la ida del sitio a donde voy, y en la vuelta. Esto ocurrió en la vuelta, yendo hacia el aeropuerto.

Suelo ir siempre con bastante tiempo de sobra, ya que cojo los últimos vuelos del día. Ese día iba tan sobrado como de costumbre. El metro no suele ir demasiado lleno, pero eran como las siete de la tarde. Supongo que el hecho de que fuera lunes, y hora de salir de trabajar, contribuyó a que fuera especialmente lleno. No había donde sentarse, y los que íbamos de pie íbamos especialmente apretados.


Beatriz

Llegar por las mañanas al bar, justo antes de empezar la jornada laboral, a tomarse un buen café que te haga empezar más o menos bien el día, y cada mañana, sin falta, ver a la misma mujer, que te atrae de forma irremediable, sentada en la misma mesa, no puede ser bueno. Antes de conocerla, si cerraba los ojos a lo largo del día, habría podido describirla sin apenas omitir detalle. Me tenía enganchado, lo reconozco.

Aquel día era como cualquier otro. Yo me senté en la mesa de siempre, en la terraza del bar, y al poco, mientras removía el azúcar en mi café, llegaba ella. Recuerdo que llevaba el pelo castaño recogido en una coleta. Apenas llevaba maquillaje, y unos ojos enormes eran protagonistas de su cara. La nariz chata y unos labios sugerentes parecían suplicar que los mordiera.